miércoles, 30 de marzo de 2016

La verdadera historia de la Bella Durmiente

Desde pequeños, tanto nuestros padres como nuestros profesores, nos han contado los cuentos más populares y que se han llevado al cine de la mano de Disney. Al ser películas para niños siempre han sido películas que, en el caso de tener cosas malas, no las enseñaban y las suprimían del guión.

Así que yo os vengo a contar la verdadera historia de la Bella Durmiente, que a decir verdad, es mucho más gore que la real. Y ahí va:


La hermosa princesa Talía acababa de nacer, pero ya pesaba sobre ella una maldición. Los sabios lo dijeron: "la vida de la niña peligra si se acerca a una rueca de lino".


De nada sirvió que sus padres intentaran protegerla y prohibieran el lino y el cáñamo en su reino: al cumplir los quince años, Talía se pinchó en un dedo, se clavó una astilla y cayó en un sueño tan profundo que sus padres la dieron por muerta.

Abrumados por la pena, abandonaron el castillo y la dejaron allí dormida, sobre un lecho de piedra.

Las enormes salas se llenaron de musgo, y las zarzas empezaron a rodear los muros de la edificación. El silencio se cernió sobre el reino abandonado, hasta que un rey solitario en un día de caza llegó a sus fronteras y descubrió a una hermosa muchacha dormida.

Y hasta aquí el cuento que todos conocemos. Pasado este punto, las cosas se complican.


La versión más antigua de lo que hoy llamamos La Bella Durmiente se llamaba Talía, Sol y Luna. Se publicó en napolitano en 1635 dentro de una colección de cuentos titulada Pentamerone, escrita por Giambattista Basile.

En ella no hay príncipe azul, sino un rey bastante perverso, que cuando se encontró a aquella hermosa doncella quinceañera de piel pálida en su alcoba, aprovechó que estaba indefensa (quizás muerta) para violarla. Cuando se desahogó, se volvió a su castillo con su mujer.


Talía tuvo la mala suerte de quedar embarazada y 9 meses después, mientras la hierba salvaje seguía creciendo en los fosos, parió a sus hijos Sol y Luna. No queda muy claro quién les puso ese nombre.

Los niños querían mamar y como no podían alcanzar los pechos bajo el corpiño, mordieron el dedo en el que se alojaba la astilla maldita y la sacaron. Así, Talía despertó.

Entonces la mujer del rey pedófilo, en vez de repudiar a su marido, mandó raptar a los niños para cocinarlos. Suerte que tenía un cocinero piadoso que puso unos pollos en su lugar y así salvó a los pequeños.

No contenta con comerse a unos bebés, la reina mandó quemar viva a Talía. Su marido, que debía de haberse dado cuenta de las barbaridades que estaba haciendo, dijo que si había que echar a alguien en la hoguera, mejor que fuera a la despiadada reina.

Es difícil imaginar que un cuento de hoy pudiera albergar la mala leche, la violencia y la perversión que tenían muchas de las viejas historias de hadas. Pero desde aquellos días de la Vieja Europa nuestra visión del mundo y la sociedad se ha transformado radicalmente.

Estos cuentos primitivos se hunden en los rincones más oscuros de nuestra cultura, aquellos en los que se esconden nuestros miedos más profundos. Y además pertenecen a un momento muy específico de la historia.

Hay que pensar en cómo se transmitían estas narraciones, de las bocas desdentadas de las
 madres a los atemorizados oídos de unos niños siempre mal nutridos, helados de frío en las aldeas de la Vieja Europa. E imaginar cómo se entendían entonces asuntos como la infancia, la muerte, el sexo, el pecado, o la misma condición de ser mujer.

Echando todos esos elementos en el caldero, las historias iban mutando, versión tras versión. Mucho más adelante ya serían atrapadas por las páginas de un libro o en los fotogramas de una película. Y la mayoría de las veces perdieron su oscuridad original por el camino.

La Bella Durmiente del Bosque es uno de esos cuentos. Y uno de los que más ha rebajado su carga tenebrosa con los años.

Las dos versiones más conocidas son dos: Charles Perrault, en su libro Cuentos de Mamá Ganso publicado en 1697 escribió Belle au Bois Dormant; la segunda es de los Hermanos Grimm, que en 1812 publicaron Dornröschen (Rosita de Espino).

Fue a partir de una mezcla de ambos que Walt Disney dio con la historia que hoy es más popular, la estrenada en 1955. Una que nos presentaba a una Aurora muy rubia y delicada, que en la Edad Media no hubiera durado ni un suspiro.


¡Saludos literarios!